Destiny's Children: A Legacy of War and Gangs

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La historia de Carlos e Ivonne: epilogo

Carlos fue deportado en 1994, un año después de que conocí a él e Ivonne. El retorno duró seis meses pero él volvió a Ivonne. Se mudaron de casa y perdí el contacto con ellos por un tiempo.

Luego en 1997 Carlos me llamó por teléfono. Él estaba en Chicago rumbo a Boston. Nos encontremos por algunas horas en la estación de buses Port Authority en la ciudad de Nueva York. Carlos me contó que él había sido deportado tres veces desde la última vez que yo le había visto en 1994. No me dijo detalles pero me contó que él e Ivonne separaban permanentemente. Su hija Andrea era viviendo con la hermana de Carlos.

Carlos se quedó en Boston por algunos meses. Consiguió trabajo. Recibió consejos profesionales y las cosas le parecía mejorando. Él fue consciente que volver a Los Ángeles sería una decisión equivocada. Pero le hacia falta a su hija Andrea. Él fue a recogerla.

Carlos nunca volvió a Boston. Mas adelante en el mismo año, fui a Los Ángeles. Yo buscaba a Ivonne y a Carlos. Visite el apartamento en el barrio donde vivieron antes. Yo esperaba encontrar alguien que supiera cómo podía encontrar uno o el otro. Una jovencita de la pandilla me dijo que después de que Carlos había sido deportado por la segunda vez, Ivonne se integró a la pandilla. Ella perdió custodio de Andrea por usar drogas. Pero eso era la única noticia que me podía contar.

Los años pasaron sin una palabra y una tarde en el 2003 recibí un mensaje de teléfono del hermano de Carlos. “Llámanos por favor”, decía. Levanté el teléfono y empezó a sonar con algo de conmoción. Cuando Rogelio contestó estaba tan calmado y hablaba de una manera tan amigable que por un momento dejé mis peores miedos a un lado. Pero luego me dijo “Estábamos viendo las cosas de Carlos por un momento. Encontramos buenos recuerdos- las fotografías que le tomaste. Cuando yo vi tu número de teléfono escrito al reverso de una de las fotos que le tomaste sabía que tenía que intentar contactarte para que supieras. Mi hermano fue asesinado en El Salvador hacer un año”.

Yo escuchaba en un desastroso silencio mientras Rogelio describía las tragedias que les habían ocurrido a Ivonne  y a Carlos. En algún momento a finales de la década de los 90, después de años de lucha, Ivonne pereció a sus adicciones. Carlos fue deportado a El Salvador en múltiples ocasiones desde la última vez que lo vi. El siempre regresaba- intentando ser el padre que su hija quería y necesitaba. Rogelio no estaba seguro de muchos detalles de la vida de su hermano. El aprendería que no era prudente preguntar demasiado. Pero parecía que a pesar de los intentos de Carlos de encontrar trabajo y proveer para su hija, los viejos lazos con las pandillas y quizá antiguas rivalidades permanecieron. “Carlos sonaba muy nervioso en el teléfono cuando me llamó para decir que se iría de El Salvador”, me dijo Rogelio, “Pero días después de que nos llamó para decir que venía a casa recibimos otra llamada”. Alguien había encontrado una bolsa de basura con lo que quedaba de Carlos adentro.

En la década en que Carlos fue asesinado la tasa anual de homicidios de la juventud salvadoreña fue tan grande como la tasa de muertes durante la guerra. La policía salvadoreña estimó en 2009 una tasa de muertos de 12 al día con el 70% de las victimas siendo jóvenes. Eso es más de 3000 víctimas de asesinato en un país cuyo tamaño y población son similares a la de Massachusetts. ¿Puedes imaginar si en vez de 167 muertes al año en Massachusetts hubiera 4,320? Estas intolerables estadísticas persisten después de una década de leyes de cero tolerancia, y con 97% de crímenes parecidos sin resolver. ¿Es posible la paz con tanta injusticia? 

Rogelio y sus hermanos volaron a El Salvador para identificar el cuerpo de Carlos y para enterrarlo allí. Son una familia religiosa con una fuerte fe evangélica y Rogelio me dijo que esperaba que Carlos estuviera finalmente en paz. Comparto ese deseo con Carlos y su familia, pero sospecho que El Salvador va a necesitar más justicia para construir un camino que lleve a la paz.