La Guerra contra el Terrorismo: ¿Una Nueva Guerra Fría?

“La Guerra Fría” fue el nombre dado a la relación impugnada que se desarrolló entre las superpotencias emergentes—Estados Unidos y la Unión Soviética—después de la Segunda Guerra Mundial. El escritor británico George Orwell fue quizá el primero en usar el término. En un ensayo con fecha de 1945 “Tú y la Bomba Atómica”, se refirió al vivir en la sombra de una amenaza nuclear como una “guerra fría” permanente, la cual resultó de un conflicto de ideologías entre la Unión Soviética y las potencias occidentales.

Abelito guarda los restos de un fragmento de mortero de EE.UU. La región donde vive cerca de la frontera con Honduras es un punto caliente en la guerra entre las fuerzas de contrainsurgencia del gobierno salvadoreño y los insurgentes del FMLN.

Estados Unidos desarrolló una política de “contención” para prevenir la expansión e influencia Soviética. Ambas superpotencias expresaron sus diferencias ideológicas a través de la carrera de armamentos nucleares, el espionaje, guerras de poder, despliegues estratégicos de fuerzas convencionales, y propaganda. A pesar de que la expansión Soviética en la Europa Occidental fue contenida efectivamente en 1950, el “miedo” de una invasión fue utilizado para justificar la proliferación del complejo industrial militar que el presidente Eisenhower advirtió a medida que dejaba su cargo en 1961. También se utilizó para librar guerras en naciones que no representaban una amenaza para la seguridad de la Europa occidental o para la supervivencia de EE.UU. como una superpotencia.

Las consecuencias de estas políticas, en términos de derechos humanos, fueron desastrosas en América Latina. Bajo el pretexto de la lucha contra la “expansión del comunismo” y un posible invasión soviética en territorio norteamericano, EE.UU. apoyó las dictaduras y los gobiernos autoritarios en América Latina con ayuda militar y entrenamiento. Operación Cóndor, fue una campaña de represión política por parte de regímenes de derecha sudamericanos que emplearon operaciones de inteligencia y asesinatos para erradicar disidentes izquierdistas en Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Brasil. Documentos no clasificados albergados en los Archivos de Seguridad Nacional y obtenidos a través de la ley de Acceso a la Información Pública evidencian la participación estadounidense en capacidad de supervisión.

Experiencias similares ocurrieron en Centroamérica, donde los abusos de derechos humanos incluyeron el asesinato del Oscar Arnulfo Romero, Obispo de la Iglesia Católica y un vocero en defensa de los pobres. Ya sea que la CIA haya fundado y apoyado golpes de estados como en Guatemala en 1954 o en lanzar “la guerra contra” para derrotar el gobierno Sandinista en Nicaragua, estas políticas intensificaron los sentimientos anti-americanos en América Latina. En El Salvador y en Guatemala en la década de los 80 cuando un movimiento pacífico de la oposición fue reprimido, torturado y asesinado fue que creció una respuesta insurgente.

En el aniversario del asesinato del arzobispo Romero los salvadoreños recuerdan al padre que fue martirizado por defender los derechos de los pobres.

Las guerras de contrainsurgencia posteriores en El Salvador y en Guatemala, libradas con el apoyo tácito de EE.UU., cuando el Congreso permitió la ayuda militar y con el apoyo substituto de EE.UU. a través de alianzas con países como Taiwán, cuando el Congreso cortó la ayuda militar, provocó un debate partidista en Estados Unidos. El asesinato de clérigos Católicos (obispos, sacerdotes y monjas), de sindicalistas y miembros del movimiento popular, encima de la matanza masiva de aldeanos mayas—quienes hicieron un llamado a las reformas, como aquellos que lucharon en el movimiento de los derechos civiles en EE.UU—hizo la política hacia América Latina de la administración de Reagan, inmoral a los ojos de muchos ciudadanos estadounidenses.

Antropólogos Forenses Guatemaltecos consultan con familiares de las víctimas de la masacre en el sitio donde están exhumando los huesos. © Donna DeCesare, 1999

Con la caída del muro de Berlín y el surgimiento de Estados Unidos como la superpotencia dominante, las injusticias no se desvanecieron tan fácilmente. Los terribles ataques del 11 de septiembre revelaron diferentes fallas en el sistema global. Aunque muchos argumentarían que la “Guerra contra el Terrorismo” representa una política exterior moldeada por un enemigo terrorista sub-nacional en vez de una rivalidad entre grandes potencias, la respuesta “anti-terrorista” como la respuesta “anti-comunista” anterior está siendo dirigida por un miedo muy similar. Dicho miedo en el pasado llevó a una respuesta desproporcionada y al abandono de valores fundados en el debido proceso. Resultando en la criminalidad de pandillas callejeras o violencia a causa de drogas con “amenazas terroristas” en las declaraciones oficiales hace poco para explicar y mucho para agravar la carrera por respuestas represivas, la cual quebranta el imperio de la ley y agudiza la impunidad. A donde puede llevar esto ya se ha hecho evidente en Abu Ghraib y en Guantánamo.

En el aniversario del asesinato de Jesuitas, las personas de juntaros con el consulado salvadoreño para protestar la política de EE.UU. en El Salvador y para recordar a las víctimas—sacerdotes, monjas, cientos de miles de salvadoreños civiles—brutalmente asesinados por defender a los pobres durante la guerra fría.

La reprensión de que una “ciudadanía alerta y conocedora” deba permanecer a la vanguardia del “aumento desastroso” de complejos militares e industriales, es tan relevante en el siglo 21 así como lo fue durante los tiempos de la “guerra fría” del Presidente Eisenhower.